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Tour de copas por Neuquén

InfoGourmet recorrió uno de los polos vitivinícolas más jóvenes del país. La importancia del terroir, las diferencias y similitudes con la Patagonia y el auge de una Ruta del Vino en crecimiento.

Sumergirse en la Ruta del Vino de Neuquén es hacer un viaje entre bosques, fósiles de dinosaurios y agradables brisas. Pero también es adentrarse en un polo vitivinícola donde la maquinaria brilla y aún conserva ese “aroma a nuevo”.

La explicación a esta constante que se presenta en las bodegas neuquinas es muy sencilla: hace sólo unos 15 años que la provincia decidió mirar más allá de las cerezas, manzanas y peras para apostar al desarrollo de una zona muy apta para viñedos.

Si bien su Merlot y Pinot Noir ya tienen fama mundial por haber encontrado la plenitud en estas tierras patagónicas, nada de esto hubiese sucedido sin el espíritu emprendedor de los bodegueros locales que lograron dominar el árido suelo. La Ruta del Vino de Neuquén se trata de una de las zonas vitivinícolas más jóvenes del país, pero también una de las más competentes e interesantes para descubrir.

“El Valle del Río Neuquén tiene algo fenomenal: no hay un vino de esta región que sea igual a otro. Es como un buen queso”, cuenta con orgullo y entusiasmo Roberto Schroeder, el responsable de la bodega familiar que nació en 2001 y miembro de la Cámara de Bodegas Exportadoras de la Patagonia.

Pero, ¿qué es lo que hace que los vinos patagónicos seduzcan tanto a locales como a extranjeros? El secreto está en las condiciones únicas de esta zona: la pureza del viento y la gran amplitud térmica entre el día y la noche. “A diferencia de Mendoza, los vinos de la Patagonia tienen una acidez más marcada; son vinos con mayor color, más calcáreos y minerales”, explica Leonardo Puppato, enólogo de Familia Schroeder. Aunque es mendocino y tiene bodega propia en tierras cuyanas, se “juega” y marca la principal diferencia con las etiquetas mendocinas: “Los patagónicos son vinos con más vida”.

La Ruta del Vino de Neuquén es una de las zonas

vitivinícolas más jóvenes del país

Para explicar una de las características fundamentales de los viñedos patagónicos, Puppato se basa en su propia experiencia: “En 15 años de producción nunca tuve una cosecha con problemas. Nunca se pudrió una uva, ni hubo heladas ni lluvias en demasía. En cambio, en Mendoza, ya me cayó granizo cinco veces”. Y Julio Viola –hijo del fundador de Bodega Fin del Mundo, establecimiento pionero de la región– agrega: “Acá el viento es cálido (lo que favorece que no haya hongos), el clima es seco y el grano tiene más fuerza, mucha piel y más grueso”.

El corredor enoturístico de la provincia se concentra en los alrededores de las localidades de San Patricio del Chañar y Añelo, a unos 48 kilómetros de la ciudad de Neuquén. Más allá de las cepas ya mencionadas, en la región también se ganaron su lugar el Malbec, Syrah, Tannat, Cabernet Franc, Chardonnay, Semillón, Cabernet Sauvignon, Sauvignon Blanc, Viognier y Gewürztraminer.

La pionera

El primer establecimiento en poner la mira en la zona de San Patricio del Chañar fue Bodega Fin del Mundo. Con el asesoramiento de Michel Rolland, fue en 2000 cuando Julio Viola decidió plantar dos hectáreas experimentales de Pinot Noir, Cabernet Sauvignon y Sauvignon Blanc. “Las condiciones eran buenas, lo sabíamos, pero en la zona no había casi nada. Era un desierto”, recuerda Julio Viola (h) sobre esta –hasta entonces– osadísima apuesta.

En Fin del Mundo todo se presenta en grandes escalas: con 870 hectáreas plantadas, es la bodega más grande de la Patagonia; ostenta una producción de ocho millones de litros anuales, concentra el cinco por ciento de la producción de Pinot Noir de la Argentina y cuenta con siete mil kilómetros de manguera de goteo instaladas.

Además, es la más completa en términos de tecnología: el 70 por ciento de la producción –esto excluye a los vinos premium– se cosecha mecánicamente. “Para algunos esto es un ‘cuco’, pero nosotros creemos que es sólo una cuestión de romper con la tradición. Si uno lo elabora y lo trata con cuidado, es una herramienta fundamental”, explican.

La bodega prehistórica

Custodiados por un grueso vidrio, una de las grandes curiosidades de la bodega de Familia Schroeder se encuentra en el último nivel: allí se conserva una réplica de los restos fósiles de un Aelosaurus, un dinosaurio de 75 millones de años encontrado durante la construcción de la bodega, a quien homenajea con su línea “Saurus”.

La historia de la bodega (construida en la barda, tal como se denomina al margen del Valle que delimita los ríos) comienza de la misma manera que casi todas las de la región: “Conocimos el Valle por la plantación de cerezas, manzanas y peras. En 2001 decidimos arrancar con Pinot Noir, Merlot, Malbec, Cabernet Sauvignon y algunas plantas de Chardonnay y Sauvignon Blanc. La primera vinificación fue recién en 2003, e inauguramos la bodega un año después”, resume Roberto Schroeder, uno de los cuatro hermanos que llevan adelante este emprendimiento.

Desde el día cero, el proyecto contó con el conocimiento del enólogo Leo Puppato, quien afrontó el desafío con tanta curiosidad como interrogantes: “No había una receta, era todo nuevo. Teníamos muchas preguntas que no podíamos decir en voz alta, así que aprendimos a desarrollar esa receta en cada vendimia”. Hoy la bodega cuenta con una producción de un millón y medio de litros anuales y, para este año, proyecta aumentar la venta a dos millones de botellas. El 50 por ciento de la producción se destina a vinos, y la otra mitad a sus ya reconocidos espumantes elaborados a través del método charmat.

Las olas de la Patagonia

Ubicada a 53 kilómetros de la ciudad capital, Bodega Patritti nació en 2003, a la par de las primeras plantaciones de vides en la zona de San Patricio del Chañar.

Al llegar a la bodega, es imposible no quedar boquiabierto ante la magnitud y la curiosa estructura del techo: una gran ondulación blanca que imita los movimientos del mar que, durante el Período Jurásico, al levantarse la Cordillera de los Andes, se retiró.

La bodega cuenta con una línea joven que se caracteriza por no tener madera. “Nos parece la mejor manera de respetar al varietal. Hoy la gente busca tomar… pero tomar uno, dos y hasta tres vinos. Es por eso que esta decisión tiene que ver con el acercamiento del público joven”, explica el enólogo residente Nicolás Navio. Además, acaban de lanzar “Primogenito Sommelier 2012”, un corte hecho por Paz Levinson, Agustina de Alba, Andrés Rosberg, María Mendizábal y Flavia Rizzuto. De la venta de este vino, el 15% se destina a la Asociación Argentina de Sommeliers.

Un secreto a voces

Al igual que Patritti, la bodega Secreto Patagónico se encuentra en la parte alta del Chañar. Este emprendimiento familiar es la bodega más pequeña de la zona y nació también en el año 2000. Actualmente cuenta con 250 hectáreas, de las cuales unas 50 están productivas y sólo el 15 por ciento se utiliza para los vinos propios; el resto, se vende a terceros.

Al estar emplazada en uno de los sectores más altos de la zona, cuenta con una de las vistas panorámica más impresionante de los viñedos del valle de San Patricio del Chañar.

La producción es de 100 mil litros al año y cuenta con dos líneas: Mantra Clásico y Mantra Reserva. La línea clásica busca reforzar el concepto de los vinos de la región: “Expresar el terruño, que sean vinos bebibles, frescos y sin tantas vueltas”, enfatiza el enólogo Santiago Del Pin. Pero, ¿por qué ese nombre? Según explican, Mantra busca representar el espíritu del vino: “así como un Mantra, como un ritual espiritual en el que es preciso conectarse con los sentidos, y percibir así los aromas, los colores y la riqueza de la tierra”.

Los desafíos

Si bien la denominada marca “vino patagónico” ya tiene peso propio, sobre todo en el exterior, los bodegueros de la zona enfatizan en la necesidad de seguir posicionando a la zona. En esa lucha, no hay individualismos ni competencia. “Somos menos de diez las bodegas grandes y trabajamos juntas porque, si lo que hacemos lo hacemos bien, nos beneficia a todos”, explica Roberto Schroeder.

Para Julio Viola, de Fin del Mundo, la pelea se centra en que no se haga “un mal uso de la palabra Patagonia” y, para eso, es fundamental defender tanto la marca como la calidad de los vinos patagónicos. Y en ese sentido, Santiago Del Pin afirma que el rumbo ya está trazado: “Hay que marcar la identidad del terruño. Eso buscamos y vamos a seguir haciendo, pero hay que ser pacientes”.

Agradecimiento: NeuquénTur y Patricia Tappia

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